lunes, 9 de julio de 2012

LOS "ARRIBES" DEL ALHAMA

Suellacabras (Soria), 30 de agosto de 2008

En los alrededores de Suellacabras, pueblo soriano a la vera de la Sierra del Almuerzo, próximo a la capital, tenemos una buena muestra de rico bosque mediterráneo, envolviendo al área de nacimiento del río Alhama, una de las venas más importantes de cuantas irrigan y alimentan las huertas riojanas. A mi juicio, lo más destacable de este tramo alto del Alhama, es la profundidad de su barranco, cómo horada la tierra formando un angosto valle por el que desciende considerablemente de altura en muy pocos kilómetros. El nacimiento se localiza en el término de Suellacabras, a unos 1.400 m de altitud, y en un corto tramo, a su paso por la bella localidad de Magaña, el río ya discurre a 900 m, comenzando allí una suerte de meandros consecutivos, poblados de antiguos molinos en ruinas, a lo largo de un valle profundo y estrecho. Poco después el valle se abre, y el Alhama afronta las vegas bajas de Cigudosa, a poco más de 700 m, para después abandonar, de nuevo entre curvas y angosturas, las tierras sorianas para encontrarse con las huertas de Aguilar del río Alhama, en La Rioja.

Llegados a Suellacabras, debemos tomar un camino que sale hacia el norte del pueblo. Pronto veremos, destacando por encima de un encinar, el perfil del monte Ayedo de Tierras Altas, que se extiende entre San Pedro Manrique y Yanguas.



El encinar en el que penetramos es muy denso, y abundan en él zonas de degradación pobladas de matorral, donde destaca el enebro (Juniperus communis), acompañado en menor medida de majuelos, escaramujos y endrinos, fuentes de alimento de multitud de aves (mirlos, zorzales, currucas capirotadas, palomas torcaces, petirrojos…, así como de raposos, tasugos (=tejones) y garduñas (o fuinas, como se las conoce en algunos lugares de Soria).  



A nuestra espalda, la cara norte de la Sierra del Almuerzo, ocupada igualmente por enebral. La cara oeste, a la altura de Narros, presenta un aspecto muy diferente, con tupidos rebollares y encinares que se sustituyen en las zonas altas por pinar albar, muchas mañanas de invierno envuelto en niebla. En esas zonas de la sierra el suelo, protegido por las copas de los árboles, guarda más humedad, y se cubre de un tapiz de gayuba (Arctostaphylos uva-ursi).



Cruzado un primer arroyo, vista de estos primeros tramos de camino.




Poco después hallamos los restos del castro celtíbero de “Los Castellares”, engullido por el monte, y del que muestro aquí lo que queda de su muralla oeste.



Un cartel nos indica la dirección a la zona de nacimiento del río Alhama. Por este lado, lo que tenemos son algunos arroyuelos, en cuyos cauces se guarda algo de humedad y frescor, y se observan típicas herbáceas riparias. No faltan saltos rocosos, ahora secos, en los que dentro de poco volverán a verse pequeñas cascadas. Junto al cauce, llama la atención una encina seca invadida de líquenes y cuscutáceas.



A partir de ahí el camino se estrecha…
 






A medida que se va formando el valle y el camino empieza a descender ligeramente, las encinas se van alternando con algunos robles. Hay rebollos (Quercus pyrenaica), hay quejigos (Quercus faginea), y hay también híbridos entre ambas especies: Quercus x numantina, con características intermedias entre los otros dos, como el pie al que corresponden estas imágenes:














Como todos los de la zona, el bosque es rico en fauna, tanto de caza mayor como de menor. Precisamente, junto a un puesto de palomeros, encontramos este llamativo ejemplar de encina, aparentemente hendida por un rayo.



El camino desciende hasta encontrarse de nuevo con el curso del Alhama, ya en el fondo de un incipiente valle. A esta altura el río ha ganado caudal y anchura, y presenta vegetación riparia típica, con sauces, chopos, griñoleras, etc. En la ladera contraria asoman los restos de un aprisco abandonado, como tantas otras edificaciones en ruinas que se ven por los montes de esta olvidada y despoblada tierra.






Arroyos aquí y allá fluyen por barranquillos aportando caudal al régimen del Alhama. Junto a uno de ellos, encontramos este esbelto quejigo. 
















Una vez ganada la orilla del río, al fondo del valle, el camino vira de regreso a Suellacabras, remontando el cauce. Hallamos un molino abandonado, recuerdo de los tiempos en los que el hombre sacaba partido de este entorno.




 
El paisaje vegetal mediterráneo de este valle recuerda en cierto modo, salvando las distancias, al también muy mediterráneo de los Arribes del Duero zamorano-salmantinos. A pequeña escala, pero con un tipo de encanto similar. Ahí van dos fotos que ilustran este comentario. 



Y es que, tratándose de un río apenas recién nacido y encontrarnos a unos 1100 metros, no deja de ser sorprendente la fronda que se encuentra uno allí.


De nuevo el camino se ensancha, señal de que nos vamos acercando al pueblo.



Un bonito puente sale a nuestro encuentro.



Aquí las ruinas de una curiosa ermita, dedicada a San Caprasio, quien sin duda tiene que ver con el nombre de Suellacabras.


Salimos del valle, ascendiendo hacia el casco de Suellacabras. Ganadas las primeras casas del pueblo, última vista atrás para despedirnos de este sorprendente valle, que aguas abajo se encajona y hunde más y más, formando espectaculares gargantas como la de Magaña.


Eso es todo, me despido invitándoos a conocer esta despoblada comarca, llena de incentivos tanto naturales como culturales, con numerosos pueblos abandonados y perdidos en cuyas ruinas resuenan ecos de un esplendor ya muy antiguo y olvidado.

1 comentario:

  1. No está bien usar el término "Arribes" porque induce a mucho error. Saludos

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