jueves, 20 de diciembre de 2012

LOS COLORES DE SIERRA MENCILLA

Pineda de la Sierra (Burgos)

En esta entrada regresamos al alto valle del Arlanzón, en Pineda de la Sierra, uno de los enclaves más sobrecogedores de todo el Sistema Ibérico Norte. Con anterioridad nos habíamos asomado al Trigaza, que, junto con su vecino San Millán, fijan el techo de la geografía burgalesa. Sin embargo, para mi gusto personal, es su pequeño pariente, el pico Mencilla, que les da la réplica en el cordal sur que cierra el valle, el monte que desprende más magnetismo en estos parajes. Será su acusada pendiente norte, o quizá esa huella glaciar tan marcada, que parece el bocado de un titán... sea lo que sea, uno no puede despegar los ojos de su perfil, alpino y retador para los montañeros, a pesar de que su altura no llega a los 2.000 m (1.932 m).


Si a ello unimos el espléndido y cambiante colorido que ofrecen sus faldas a lo largo de las distintas épocas del año, obtendremos un cóctel muy atractivo para diferentes tipos de público.

Para llegar a las faldas de Sierra Mencilla, en su cara norte, viajaremos a Pineda de la Sierra, población estratégicamente situada en el corazón de la Demanda Burgalesa, que goza de un entorno privilegiado donde los haya. Si accedemos desde Burgos, tendremos que bordear los embalses sucesivos de Úzquiza,


y de Arlanzón,


hasta encarar la entrada de Pineda, que luce así en el duro invierno, con el Mencilla al fondo:


En la época invernal, Pineda se ve usualmente afectada por importantes nevadas, debido a su altitud y situación, propicia para las advecciones borrascosas de norte y poniente. Esta circunstancia, unida a la belleza pétrea y valor arquitéctonico de su casco, nos ofrece unas estampas magníficas en esta época del año,




No obstante, cambiamos radicalmente de estación para ofreceros la primera parte del paseo circular por la Sierra Mencilla, de forma que podamos apreciar sus reseñables tonalidades otoñales. Partimos a pie desde el propio pueblo de Pineda, en dirección al oeste, y pronto nos encontramos en un bello robledal, en el que destacan algunos ejemplares sobresalientes, como este roble albar (Quercus petraea) de excepción,


La pista de tierra se torna ascendente, y avanza entre los robles y escobas, salpicados de acebos y pequeñas zonas de pasto, permitiéndonos al poco observar, al otro lado del valle, la solemne grandeza de Trigaza, en primer término, y San Millán, a la derecha.


Delante de nuestros ojos, los colores del otoño, con el verde pino teñido de ocre roble y de la variada gama de tonos de las hayas,




Sin más, nos sumergimos en los hayedos del Mencilla, donde destaca especialmente el que ocupa el Barranco de las Amarillas, un bosque tupido, sombrío, el escenario idóneo para los cuentos de brujas de nuestra infancia, que en los atardeceres otoñales, cuando la luz del sol se filtra en ángulo oblicuo entre el ramaje, se permite asombrarnos con imágenes incapaces de cansar nuestras retinas,









Maravillados por el despliegue de belleza de que es capaz la naturaleza autóctona, seguimos camino hacia los altos, ganando hitos de piedra, en zonas más despejadas desde las que se empieza a dominar buena parte del valle, con el Trigaza presidiendo la escena,


Tenemos la inmensa suerte de ver pasar sobre nuestras cabezas un ejemplar de buitre negro, cosa poco habitual en esta comarca,


A partir de aquí, el reportaje se sumerge de nuevo en el invierno (disculpad el mareo). La parte final de la ascensión la realizaremos entre hayas, cada vez más dispersas debido a la altitud


Y al fin, damos con la cima herbosa del Mencilla, con neveros suspendidos hacia el norte sobre su pala glaciar,


Desde la cumbre, tenemos Pineda a nuestros pies, en el fondo del valle,


y divisamos nítidamente las cumbres más emblemáticas de las sierras cercanas, empezando de nuevo por el Trigaza (2.086 m, segunda cima de Burgos),


su paisano y vecino el San Millán, pico más elevado de la provincia de Burgos, con sus 2.131 m,
 

el San Lorenzo (izquierda), cumbre más elevada de La Rioja (2.271 m), 


el pico de Urbión (2.229 m), segundo en el orden altimétrico de la provincia de Soria,


la Campiña de Neila (2.049 m),


y la Sierra Cebollera, con elevaciones máximas de 2.164 m en La Mesa, en La Rioja,  y 2.142 m en el Cebollera, en Soria.


Descendemos directamente por el remonte de esquí,  


que nos conduce hasta el refugio del Valle del Sol.


Desde aquí, buscamos la pista que desciende de nuevo hacia Pineda. En este caso, en febrero, época tradicional de mayores nevadas en la zona, no sobran unas buenas raquetas para andar por estos caminos.


De nuevo discurrimos por un precioso hayedo, y no son pocas las veces que tenemos que pararnos a disfrutar de los contrastes del blanco nieve y el violáceo de los ramillos invernales de las hayas,





Mirando atrás, vemos la cumbre del Mencilla asomando por última vez.


Hay quien disfruta especialmente del espesor de la nieve...


Llegamos al área recreativa de "Ahedo la Pared", con su pradera y mesas de merienda cubiertas por la nieve. Desde aquí se divisa ya, más próximo, el fin de ruta, el pueblo de Pineda.



Y desde aquí, embocamos el camino descendente hasta el pueblo para finalizar la jornada con un buen ágape, que nos lo hemos merecido.


Para finalizar este "frankensteiniano" (si se me permite el palabro) reportaje, compuesto de retales extraídos de diferentes excursiones al Mencilla, en diferentes épocas del año, os dejo una imagen de conjunto de la Sierra Mencilla. Nos vemos en próximas entregas,


jueves, 6 de diciembre de 2012

SETA DE PIE VIOLETA. Lepista personata


Nombre científico: Lepista personata (Fries) Cooke
Nombre común: pie violeta, pie azul, inverniza
Comestibilidad: buen comestible

La seta de pie violeta es uno de nuestros más preciados manjares de finales de otoño. Todos los años dedicamos unas pocas tardes a su búsqueda y, hasta el momento, hemos tenido la suerte de encontrarla en abundancia. En esta ocasión, recogimos esta seta en la provincia de Burgos, donde hay localidades en las que es realmente apreciada.

Se trata de una de las especies de aparición más tardía, pues tolera razonablemente bien el frío, e incluso fuertes heladas, lo que hace que podamos recogerla a finales del otoño y comienzos del invierno.


El rasgo más característico de esta seta es su pie, de color azulado a violeta, muy vivo en los ejemplares jóvenes y generalmente menos intenso según la edad y humedad. Es un pie corto y robusto en relación al tamaño total de la seta, y suele estar engrosado en la base.

El sombrero es carnoso y fuerte, de color crema, y con el borde muy enrollado en los ejemplares jóvenes. Las láminas son apretadas y sinuosas, de color blanquecino.


La seta depie violeta aparece en grupos, formando hileras o corros de brujas, tal y como se aprecia en la imagen siguiente, donde se muestra una corta hilera de carpóforos recién emergidos.


Su hábitat son los jardines, praderas de montaña o páramos.


En ocasiones, Lepista personata aparece cerca de otras especies de su género, como L. nuda (seta de pie azul) o L. sordida, que también lucen pies de tintes azulados a violáceos. Sin embargo, L. personata se distingue claramente de ellas gracias al color blanquecino de sus láminas, ya que únicamente tiene violeta el pie, mientras que las otras dos especies citadas visten sus láminas, sus pies, e incluso sus sombreros, de tonos violáceos. En esta foto, podemos ver un par de ejemplares de Lepista personata (a la derecha) que se diferencian fácilmente de los ejemplares de la izquierda, recogidos a pocos metros.


La seta de pie violeta presenta un sabor muy intenso y aromático, que a algunas personas resulta demasiado fuerte, por lo que prefieren no consumirla en solitario. Sin embargo, para nuestro gusto, se trata de una seta que da mucho juego en la cocina, por lo que la consumimos de todas las maneras. Su carne es muy consistente y jugosa, ideal para utilizar como acompañante de guisos.

En este caso, y dado que el día nos salió frío y lluvioso, decidimos afanarnos en preparar una receta que hasta ahora no habíamos probado: patatas rellenas de Lepista personata. 


En primer lugar, y para facilitar la digestión de los estómagos delicados, cocimos las setas por un tiempo aproximado de quince minutos. Aprovechamos ese lapso para cocer también las patatas, que vaciamos con cuidado dejándolas con forma de cuencos. Después, preparamos un sofrito de cebolla, y le fuimos añadiendo progresivamente las setas bien picadas, así como taquitos pequeños de jamón y un chorrito de nata. Con esta mezcla rellenamos las patatas y las introdujimos en el horno por un espacio de veinte minutos. El plato que salió del horno tenía el apetitoso aspecto que os mostramos a continuación:


Hay que apuntar que el jamón se puede sustituir por lomo o bacon, y la nata por bechamel, y seguirá estando igualmente delicioso.

Os animamos a que probéis esta deliciosa receta y luego nos lo contéis. ¡Buen provecho!