domingo, 10 de junio de 2012

EL VALLE DEL PORTILLA

Duruelo de la Sierra (Soria) - Mansilla de la Sierra (La Rioja), 2 de junio de 2012.


En términos generales, se puede decir que no existen en España territorios vírgenes. Desde las playas más turísticas y masificadas hasta las sierras más recónditas, todos los ambientes de nuestro país han sido influenciados y modificados por el hombre, cada uno en su medida, algunos muy levemente y otros absolutamente. Aceptado esto, hay que decir que sí existen aún multitud de enclaves que, por una combinación de abandono de la vida tradicional rural y de lejanía de los polos de desarrollo, han quedado preservados hasta cierto punto, conservando gran parte de su biodiversidad original, y manteniendo, dentro de lo posible en la era de las comunicaciones, una cierta condición de salvajes, que aún puede palparse cuando se llega hasta ellos.

En este aspecto destaca el Sistema Ibérico Norte, por su configuración orográfica, elevada, abrupta y continua; su condición de interior, que lo convierte en una de las zonas más frías e inhóspitas del país; y el hecho de encontrarse en un polo de despoblación, con escasas vías de comunicación y redes de distribución cruzándolo. Así, en la extensa encrucijada montañosa que relaciona Burgos, Soria y La Rioja, puede uno todavía llegarse hasta valles perdidos, y encontrarse en puntos alejados, en muchos kilómetros a la redonda, de poblaciones y carreteras e, incluso, de líneas telefónicas y eléctricas.

Uno de los muchos enclaves con estas características es el Valle del río Portilla, en la cara norte de Urbión. Para llegarnos hasta él, nada como acompañar a los que saben, la gente de la tierra, y por eso nos unimos a la expedición que proponían los amigos del Club de Montaña y Escalada Urbión de Duruelo de la Sierra.

Parte del grupo partió a pie desde el propio Duruelo, para encontrarse con el resto, desplazados en coches, en el paraje de Peñas Blancas. A partir de allí, ascendimos en busca del Picacho de Camperón, para pasar el cordal y cambiar de la vertiente Duero a la vertiente Ebro. 

       
Volviendo la vista atrás, nos encontramos con el pueblo que acabamos de dejar, Duruelo de la Sierra, totalmente rodeado de sus densos y conocidos pinares de pino albar.


A nuestra izquierda, se observa el mojón de las Tres Provincias, divisoria entre Soria, Burgos, y La Rioja.


Pasamos el cordal, estamos ya en la cuenca del Ebro.


Delante nuestro, se abren hondos valles que divergen hacia distintos puntos. El pico San  Lorenzo, en el que aguanta algún nevero, destaca en el horizonte, justo por detrás de Cabeza Herrera, cuya cumbre redondeada queda próxima, a nuestra izquierda.


La gente de Duruelo sabe bien por dónde tirar, y así nos encaminamos al encuentro del Portilla, que es, a esta altura, apenas un regato que salta por los pastos de alta montaña, recién brotado de la tierra.



Hondos barrancos de alta montaña, excavados por antiguos glaciares, aparecen a nuestros pies.


A nuestra espalda, a la izquierda, aparece en segundo plano la cima rocosa del Urbión, destacando sobre un imponente circo glaciar (en primer término).


Mirando hacia el noroeste, vemos el perfil de la Demanda burgalesa, en la que destaca la silueta piramidal inconfundible del San Millán, el pico más alto de la provincia de Burgos.






Vamos siguiendo 
al Portilla mientras 
se derrama por los 
pastos de alta 
montaña, dejando
estampas preciosas.


Nos encontramos ya en la boca del valle del Portilla, que serpentea hacia el norte, profundo y largo.


Alcanzamos las primeras hayas,








Antes de meternos en la sombra, 
echamos la vista atrás y contemplamos 
la cabecera del río, que se remonta 
casi hasta la cumbre de Urbión:














Y nos sumergimos en el fresco hayedo, por donde el río corre y se divide a veces en ramales, formando pequeños saltos entre las rocas.


En un ambiente tan húmedo, la madera muerta es rápidamente colonizada por hongos de diferentes especies, como la yesca (Fomes sp., a la izquierda) o la seta de chopo (Pleurotus sp., derecha):







 

















Algunas hayas destacadas:










La senda nos saca de nuevo al sol.
Al fondo, junto al río, hay de cuando
en cuando alguna pradera.


Las laderas del valle son muy
escarpadas, y están cubiertas de
matorrales y arbustos, principalmente
escobas, y algún que otro majuelo
o bizcobo, cuajado de flores.

La senda es estrecha, y nos obliga a ir en fila india, enganchándonos a veces en las ramas de las zarzas.

 


En paralelo a nuestro camino, el Portilla sigue su tranquilo discurrir entre las rocas del fondo, pocas son las visitas humanas que recibe. Este valle se pasa la mayor parte de la existencia en silencio, sólo roto por el viento y el rumor del agua. Se nota que aquí somos nosotros la excepción, los extraños.





















Mirando hacia adelante y hacia atrás, se aprecia la angostura del valle, y lo empinado de sus paredes. El sol pega duro, y va tocando parar al almuerzo.



Un par de imágenes de parte del grupo. Siempre que se anda por el monte, el almuerzo cae de maravilla al estómago. La gente estaba de buen humor, el paisaje era precioso, el chorizo de matanza de primera, y el vino de las botas estaba aún algo fresco y entraba solo.


Otra parada para reagruparnos, pues la fila se estiraba mucho y de vez en cuando teníamos que hacer recuento de personal. Parte de los montañeros se apilaban a la sombra de un majuelo con porte de árbol, porque el sol arreaba más duro a medida que nos íbamos acercando a las horas centrales del día.



El camino, además de estrecho, era irregular, con tramos de hierba, piedra suelta, roca, agua y barro. Y es que, de cuando en cuando, lo cruzaban arroyos que caían de lo alto de la ladera.

Son caminos de pastores, poco transitados, que en ciertos tramos se borran.
















Nos rodea una diversidad vegetal digna de un jardín botánico, especialmente en cuanto a especies riparias, amigas de los cauces de los ríos, como por ejemplo fresnos de hoja ancha o europeos (Fraxinus excelsior) y fresnos de hoja estrecha o del país (Fraxinus angustifolia),

 


















arce campestre o ácere (Acer campestre), propio de la España septentrional,


conviviendo con su pariente mediterráneo, el arce de Montpellier, o ácere duro (Acer monspessulanum),



con especies de ribera tan habituales en nuestras montañas como los avellanos (Corylus avellana),












 y con otras un poquito más esquivas, aunque también autóctonas de estos lares, como los tilos (Tilia platyphyllos)



Todo ello, mezclado con hayas, robles rebollos y albares, arraclanes, espinos pudios, y algún que otro acebo
 
















Seguimos marcha por el valle, cada vez de un verde más intenso, a medida que aparecen claros y praderas salpicados entre las escobas y majuelos,



Nos tropezamos con algún que otro esqueleto, tanto en sentido literal, como el de este joven ciervo,


como en sentido figurado, como estos restos arruinados de tenadas o majadas, de cuando aún se guarecían rebaños en esta parte del monte,


La espina dorsal de la sierra se deja ver en forma de peñascos que sobresalen de la ladera,









El Portilla refuerza su caudal, y forma algunas pozas en su recorrido,












mientras la senda nos sumerge en la sombra de otro hayedo, y aprovechamos para repostar agua de los arroyos que caen por las laderas, 






Dentro del hayedo, la senda se torna al fin en una pista forestal, lo que indica que nos acercamos de nuevo a la civilización.


Y en la ladera opuesta aparece un denso encinar mediterráneo, en contraposición al hayedo eurosiberiano por el que nosotros circulamos. Y es que, como ya hemos podido comprobar en muchas otras ocasiones, la zona del Ibérico Norte es línea divisoria entre climas en la Península Ibérica, lo que permite que en sus valles convivan plantas propias de la España mediterránea y de la atlántica, formando conjuntos singulares de biodiversidad. 


El hayedo se termina y da paso a un impresionante quejigar, con robles de talla imponente (Quercus faginea). Mientras tanto, a nuestra derecha aparece ya un brazo del embalse de Mansilla.


Al fondo, se vislumbra la vertiente sur del San Lorenzo (2.271 m), entre Salineros y los Pancrudos,


Y, finalmente, el pueblo nuevo de Mansilla de la Sierra, objetivo de la ruta, si bien aún nos restaba bordear unos pocos kilómetros de pantano bajo el sol para ganar el casco. El antiguo Mansilla quedó sumergido bajo las aguas del embalse, que recoge aguas de multitud de ríos de montaña en esta cabecera, para dar salida al río Najerilla.


Y hasta aquí la interesantísima ruta de hoy, hasta la próxima.

2 comentarios:

  1. ¡Una ruta preciosa! Me han encantado las fotos y las explicaciones.
    Muchas gracias

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  2. Varias fotografías son prácticamente igual que las que saqué. Muy completo el reportaje. Y muy interesantes las reseñas botánicas.

    Un saludo

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