martes, 5 de junio de 2012

DESPOBLADO DE VEA

San Pedro Manrique - Vea (Soria), 7 de septiembre de 2008.

La comarca de Tierras Altas, en el norte de Soria, representa como ninguna la despoblación rural y el abandono que acusan las regiones de la España interior desde hace décadas. Allí el medio se encuentra decisivamente influenciado por siglos de explotación de la oveja merina bajo los designios de la Mesta, y su cultura tradicional marcada por el modo de vida trashumante. Durante los siglos del alto y bajo medievo la lana merina proporcionó oportunidad de negocio y el medio de subsistencia generalizado para las gentes de la comarca, dura pero próspera. Sin embargo, el hundimiento progresivo de la preponderancia castellana en el mercado internacional de la lana, unido al hecho de que zonas como Soria vieran pasar el tren de la revolución industrial desde lejos, sin que ésta les salpicara lo más mínimo, dieron comienzo a una lenta e imparable sangría demográfica, que desembocó, en el siglo XX, en el abandono absoluto de un importante número de poblaciones históricas en las Tierras Altas de Soria. Y es que los hitos del desarrollo industrial y social del siglo pasado, que ya incluso llegaban tarde a una España caciquil que vivía anclada en el pasado en comparación con las naciones que antaño fueron sus rivales, esencialmente Francia e Inglaterra, no alcanzaron a ciertas comarcas interiores. Así, algunos valles de las accidentadas Tierras Altas nunca vieron llegar carreteras ni conducciones de agua a sus calles, mientras las nuevas comarcas industriales ibéricas empezaban ya a recortar diferencias con el mundo desarrollado. Es la pescadilla que se muerde la cola, el abandono tiene una inercia maquiavélica y, cuanto más atrasado quedas respecto a otro lugar, menos probabilidades tienes de que te caigan nuevas inversiones, lo que, a su vez, provoca aún más abandono. El éxodo ha continuado, imparable, hasta nuestros días. Bien es cierto que no todo el mundo abandonó su pueblo por gusto, en algunos casos, especialmente en los de los últimos habitantes de cada lugar, la expropiación forzosa de algunas fincas, en aras de las ambiciosas repoblaciones forestales acometidas en España en el siglo XX, acabó por dar la puntilla a algunos de los últimos pobladores de las zonas más remotas. 


Así, hoy en día las Tierras Altas de Soria son un paraje especial, configurado por montañas y valles, laderas herbosas verdes la mitad del año y agostadas en la otra mitad, alternando con otras boscosas. En estas, predominan las repoblaciones con pino, pero existen también manchas de bosque original, dominando en éstas el roble, excepcionales dehesas de acebos, ricas riberas con chopos, fresnos y arces, y algunos rincones de sorprendente diversidad, donde observar hayas, cerezos y serbales.  

Sirva este preámbulo como introducción común para una serie de reportajes en los que trataré de mostraros las maravillas naturales que rodean a estos pueblos recónditos de Tierras Altas, así como la desolación, la magia y la melancolía que evocan sus fantasmales calles en la actualidad.

Para abrir la serie, comenzaremos con uno de los despoblados más emblemáticos, el de Vea. Se trata de uno de los 6 pueblos abandonados del valle del río Linares, de los que tres se localizan en las laderas orientales del monte Ayedo, oscilando entre los 1100 y los 1300 metros, y otros tres, como Vea, a poco más de 800 metros de altitud, por lo que se cuentan entre los más bajos de la provincia de Soria. Para llegar a Vea partimos a pie desde San Pedro Manrique, siguiendo el curso del río, por un viejo camino que enlaza molinos y huertas, y que antaño unía ambas poblaciones en un trasiego constante, suponiendo prácticamente la única vía de acceso de Vea, debido a lo hondo del valle en el que se encuadra. Aquí os presento al río Linares:



En cierto punto, el camino comienza a separarse del río para ir ganando altura y discurre a media ladera, paralelo al curso de agua, y nivelado antaño con sillares a modo de terraza, serpenteando en un entorno precioso.



Además de los chopos, sauces, y fresnos de la ribera del río, el lugar nos sorprende con una suerte de mezcla de vegetación puramente mediterránea, formada por encinas, densos sotobosques de jara (incluso algunos ejemplares de coscoja), alterna con especies típicas de la región eurosiberiana, como el haya y el cerbellano (en las exposiciones septrentionales del Ayedo), y el pino albar, con predominio de las repoblaciones de pino laricio, que se observan en la foto siguiente…



No en vano, gracias a su profundidad y serpenteo, el valle disfruta de un microclima, que le preserva de la influencia del cierzo, y le da un carácter más mediterráneo que el de las zonas altas de influencia continental que lo rodean. En las zonas expuestas al norte es frecuente observar densos tapices de gayuba. El recorrido discurre en ocasiones por intrincadas masas de zarzas (Rubus de varias especies), endrinos, majuelos ó bizcobos, escaramujos….que, formando auténticas galerías oscuras como la boca del lobo, luchan por cerrar el único camino que mantiene hoy a la aldea de Vea unida con el mundo.   



El camino sube, baja, y gira a izquierda y a derecha, siguiendo el caprichoso trazado del Linares…





El valle describe, en ocasiones, 
marcadas hoces, en busca de las 
gargantas que provoca la caída 
de arroyos desde las montañas, 
que hemos de vadear.

















A veces, el camino nos sorprende
con curiosas y bonitas obras de “arquitectura” que solventan pasos complicados.






Por delante, mucho valle aún por recorrer, y el objetivo que no se atisba todavía, aunque sí se aprecia al fondo, destacada en tono azul, una cumbre conocida. Se trata de Peña Isasa, emblemático monte que señala la villa de Arnedo, en tierra riojana:



Al fin, al superar un recodo, al otro lado del río obtenemos la primera vista de Vea, con sus edificaciones derramándose por la escarpada ladera. Enfrente, las ruinas de una antigua ermita que se alza sobre la margen opuesta del río.




Antes de vadear el Linares para adentrarnos en las calles vacías de Vea, nos encontramos una impresionante dehesa de encinas centenarias:


Cruzado el Linares, el camino asciende hacia las primeras casas. Vea se encuentra escalonado en la ladera, cayendo hacia el río, de manera que sus edificaciones suelen presentar una puerta en la planta más baja, mirando hacia el río, y otra en el último piso, por la parte de atrás, que se encuentra a otro nivel. En la imagen se aprecia la puerta alta de una de las casas, en primer plano, cubierta por las zarzas.



Seguimos andando hacia el centro del pueblo y, mirando hacia arriba, apreciamos las ruinas de la ermita, colocada a modo de vigía, sobre parcelillas de cultivo en terrazas, la única forma de agricultura practicable en este abrupto terreno.



Más rincones del pueblo, con su sobrecogedor entorno. En primer plano se ve otra de esas puertas situadas en el "ático" de las casas. En este caso, la puerta delantera estaba cuatro pisos más abajo:



Llegados a lo que parece la plaza del pueblo, observamos de frente el campanario de la iglesia, que se asienta en un nivel inferior, de ahí que el caminante tiene la impresión de que casi podría tocar las campanas…








Trasera del campanario 
desde la terraza superior 
y entorno salvaje de Vea.







 


Desde el interior derrumbado 
de las casas del pueblo se abren panorámicas de excepción, en este caso, de la dehesa del pueblo.










 

La pared encalada del vestíbulo de la iglesia presenta, como curiosidad, una especie de testimonio o bitácora del pueblo, cuya reseña más antigua es un escrito de 1919 que habla de una boda. 
En otras inscripciones, leemos el relato 
de romerías, incidencias como la llegada del ejército, la conclusión de la construcción de la casa del nuevo sacristán…. El último escrito data de los años 40, después, algunas pintadas 
recientes hechas por gente que ni comprende lo que ve, ni lo respeta, han tapado o incluso arrancado de la pared 
parte de los curiosos escritos de Vea, 
realizados con la letra adornada y 
concienzuda que caracterizaba a nuestros 
abuelos y abuelas.







El barrio de abajo está aún más enmarañado de zarzas, si cabe, que el superior, con algunas calles cerradas a cal y canto por la vegetación, y otras difíciles de atravesar… 











 
Algunas de las casas son accesibles, pero siempre con precaución, pues los forjados son muy antiguos y no siempre seguros. En ellas encontramos aún algunos elementos típicos de las poblaciones sorianas, como el hogar a pie de cocina.









La escuela del pueblo aún alberga un maltrecho pupitre:  








En una de las terrazas enfrente de Vea, observamos otra prueba del microclima que beneficiaba a los pueblos bajos de este valle: una antigua plantación de olivos, hoy asilvestrada, toda una rareza en la gélida provincia de Soria.

 
Por último, vistas del conjunto completo de Vea, tomadas desde la ribera del Linares, una vez superado el pueblo siguiendo el camino que continúa hacia el despoblado de Peñazcurna.



Con esto concluye el reportaje del primero de los seis impresionantes pueblos abandonados del valle del Linares, del que aún hay mucho que mostrar. Habrá más entregas sobre este recóndito y sobrecogedor enclave. Espero que os haya gustado. 

4 comentarios:

  1. Impresionante reportaje, felicidades. Espero poder visitar algún día este pueblo despoblado.

    Gracias por compartir con nosotros tus conocimientos.

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  2. Felicidades, wey!

    Aún sigues sorprendiendo muy gratamente.

    Un abrazo!

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  3. Conozco este pueblo y es tan impresionante como describes.
    Mucha suerte con el blog y ¡gracias!

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  4. Hola ha sido impresionan te lo que has escrito sobre este pueblo.Espero visitarlo estos dias.

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