jueves, 31 de mayo de 2012

CUADERNO DE CAMPO DEL VALLE DE JUARROS (BURGOS)

Municipio de Ibeas de Juarros (Burgos), 26 de marzo de 2008.

La comarca de Juarros, a medio camino entre Burgos capital y la Demanda burgalesa, es un territorio de transición entre la vega y la montaña, ondulado, con suaves elevaciones, surcado por las cabeceras de algunos ríos menores que van a desembocar pronto al Arlanzón. Partiendo de Burgos, avanzamos hacia el este, siguiendo la vega del Arlanzón y el Camino de Santiago, y vamos a dar a Ibeas de Juarros, localidad que alberga un centro de recepción de visitantes de Atapuerca. Ibeas da nombre, a su vez, a una variedad de alubias de reconocido prestigio, pequeñas, de un rojo oscuro brillante, y exquisitas en la mesa, que suponen la base de la muy recomendable Olla Podrida que se puede degustar por aquellos lares. Además, esta localidad es la cabeza de un municipio extenso, que engloba varias localidades pedáneas al sur del Arlanzón. Al desviarnos hacia esa zona, abandonamos la vega y vamos ascendiendo casi imperceptiblemente y sumergiéndonos en valles poco concurridos, con suaves laderas cubiertas de aylagas (Genista scorpius) y quejigos (Quercus faginea). Son pueblos los de esta zona hechos en piedra, tranquilos y muy poco poblados, que sólo en los puentes y vacaciones muestran breves estallidos de vida. Son, en suma, pueblos representativos de toda el área ibérica septentrional, fotografías del pasado aún en movimiento, que albergan una reseñable riqueza léxica propia y una gran cultura tradicional inconexa con el presente. En algún momento del desarrollo tecnológico perdimos el norte, dejamos de escuchar a nuestros mayores, tal y como habían hecho todas las generaciones de cada cultura durante milenios, en una cadena de transmisión de conocimiento acumulado que ha permitido el avance y el progreso. Por contra, hoy en día la juventud considera que no tiene nada que aprender de unos abuelos que ni comprenden internet, ni son capaces de manejar un i-phone. La ironía radica en que, si se diera un colapso tecnológico, tendrían que ir de rodillas al pueblo, a pedir a los abuelos que les dieran de comer. A mí, personalmente, y al igual que le ocurría al candidato en "El disputado voto del señor Cayo" (película rodada precisamente en Burgos), me da mucho miedo vivir en un mundo en el que ya nadie sepa para qué sirve la flor del saúco...

Pero basta de preámbulos, y vayamos ya a describir el interesante campo de la comarca. Abrimos con una imagen de cómo se ve el Trigaza (2.086 m, en el centro de la imagen) y el San Millán (en el extremo derecho, 2.131 m), los techos de Burgos, desde los páramos altos de los valles de Juarros, con esa tonalidad rosada tan característica que refleja la nieve con la luz del atardecer:

  
Al poco de empezar a caminar, observo en el suelo húmedo una huella impresa del siempre esquivo y arisco tasugo (tejón, Meles meles), fácilmente identificable por el tamaño y paralelismo de los dígitos, si bien uno de ellos, el quinto, no está claramente impreso, y las uñas lo están levemente. Normalmente no se encuentra uno huellas totales o perfectamente marcadas, de modo que la identificación, en los casos difíciles, surge más de la interpretación de un grupo de huellas y de la experiencia. Como referencia, la hoja de la navaja mide 6 cm.




Más adelante nos encontramos con esta musaraña muerta, presumiblemente envenenada. No soy experto en estos micromamíferos, pero, siguiendo las guías de fauna, por la zona en que habitaba, sus tres tonalidades (parda en lomo, crema en los costados y blancuzca en la zona ventral), y las puntas rojas de sus dientes, supuse que se trataba de musaraña tricolor (Sorex coronatus). Un pequeño ser común en nuestros campos, que se aventura frecuentemente en gallineros y tenadas (como se las llama en Burgos, "tainas" o "majadas" en Soria).



Mientras discurría por medio de los trigales, aprecié movimiento en la parte media de la ladera contigua, me giré, y, tal como había supuesto, allí estaba el corzo (Capreolus capreolus). Se alejó unos metros, y, como de costumbre en ellos, se detuvo a observarme durante un momento, que aproveché para tirarle unas fotos, de las que os pongo unas muestras. Se trataba de un macho, culera inconfundible. Se aprecia la cuerna nueva de este año, y por la observación con prismáticos que me dio tiempo a hacer, yo creo que era horquillón (dos años), pero la ampliación de las fotos no ha ayudado a aclarármelo.

 El corzo, relegado durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX a pequeñas poblaciones en las montañas, ha conocido en los últimos años un periodo de expansión, de forma que es ahora especie muy común en todos los campos de Castilla, habiendo ganado, incluso, los hábitats agrícolas más desprotegidos de vegetación arbórea, como atestiguan los individuos que se observan ahora en Valladolid y Palencia, por ejemplo, en comarcas donde ni siquiera los mayores los habían visto previamente.

Proseguimos camino y, junto a un ribazo de hierbas altas y matorral, rayano con un trigal, me encontré con una escena de crimen digna de reconstrucción por los del CSI. Basándome en las plumas de perdiz desperdigadas por el lugar, y en las huellas y excrementos de zorro, la deducción resultó evidente. En esta ocasión el raposo consiguió darse un festín:


 A pocos metros, me encontré una huella de jabalí estupendamente impresa en la tierra blanda de labrantío. El jabalí presenta una huella en ocasiones confundible con la de una cierva, pero, a diferencia del ciervo y el corzo, suele imprimir los cuatro dedos en cada pisada, siendo las marcas de los dos traseros muy abiertas, casi perpendiculares a los delanteros, como se ve en la imagen. Ciervos y corzos imprimen alguna vez los dedos traseros, sobre todo cuando el suelo está muy blando y la pezuña se hunde un poco al andar, pero en este caso son dedos más pequeños y redondeados que los del jabalí, y no se abren en perpedicular al paso.


 La cumbre nevada del Mencilla (1.932 m) asoma de puntillas tras las primeras estribaciones de la Demanda:


Entre tanto, negros y amenazantes nubarrones procedentes del oeste avanzan raudos hacia las cumbres de la Demanda.


  Al “chocar” con las montañas, las panzudas nubes no tienen más remedio que soltar su carga de nieve:


Siguiendo con nuestro deambular, os muestro ahora a un viejo conocido, el roble “Mazarra”, un quejigo singular, vigilante de un pozo que recibe el mismo nombre, y emblemático para las gentes de la zona.


  
Su singularidad radica en haber sido el único árbol de esta parte del monte durante mucho tiempo. Esta ha sido zona agrícola y ovejera durante siglos, pero las presiones humana y ganadera se han reducido en las últimas décadas, de forma las bellotas del roble “Mazarra” están originando descendientes que arraigan en los alrededores.

Sin embargo, no son los descendientes del Mazarra los únicos árboles que se observan ahora por el paraje en que nos hallamos. La progresiva transformación de este enclave queda patente en esta imagen, en la que se aprecia cómo verdean ya las repoblaciones de pinos. Esta repoblación, a pesar de que en la imagen no se aprecia, se compone, grosso modo, de 60% pino (nigra + pinaster) y 40% quercus (encina + quejigo). Aunque muy atacada por la procesionaria en las últimas campañas, esperamos que los árboles puedan seguir tirando y que, dentro de unos años, haya bosquetes curiosos por estos montes donde ya casi no quedan ovejas que pastorear.



Como colofón al paseo, el gigante San Millán y su lugarteniente Trigaza parecen intentar salir de entre las nubes por un instante, para despedirse.

Y hasta aquí llega la jornada. Otro día mostraremos la otra cara de los Juarros, la de los bosques añejos de quejigos y encinas cubriendo laderas en una lenta transición hacia las montañas...

3 comentarios:

  1. Muy buen blog, que buena zona esta, el año que viene tocará volver a lanzar la caña al Arlanzón:

    http://culdecanard.blogspot.com.es/2012/06/truchas-burgalesas.html

    Enhorabuena!

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  2. Ese roble era donde se reunian las familias en la época de la cosecha a la hora de comer porque era la unica sombra que había en el lugar y allí se comía, se reunían y se echaban la siesta

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  3. Muchas gracias, Paco, por tu aportación, pues yo desconocía ese uso como punto de encuentro de las familias locales. El roble Mazarra tiene pinta de haber sido muy importante en la historia y cultura de Cuzcurrita de Juarros, tan solitario como debió de estar por tanto tiempo en la época en la que los rebaños de ovejas dominaban estos páramos.

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